martes, 16 de diciembre de 2008

Cuento

Se encontraban solos en un comedor a media tarde. Cada quien acababa de llegar de un lugar extraño y lejano, eran ellos dos y un mesero que los observaba desesperado, quería irse a dormir.
Pasaban de las 11:67 del Atardecer y nadie se movía, ni siquiera las hojas de los árboles que se vislumbraban por el ventanal. El ambiente estaba lleno de un olor a naranja y chocolate, mezclado con el tabaco que desprendía el cigarro de aquella mujer solitaria. Se encontraba sentada en la mesa del rincón y aunque nadie lo notaba, se veían caer lágrimas sobre su cara de porcelana. Tenía la mirada fija en sus pensamientos, su mano derecha jugaba con la taza de café que tenía enfrente y con la otra acariciaba la colilla de su cigarro. Nada ni nadie se movía, parecía como si el mundo estuviera esperando a que alguien, dentro de ese misterioso comedor se decidiera a seguir con su patética vida.

Del otro lado se escuchaba una respiración agitada, y si ponías atención, alrededor de aquel misterioso hombre vivía un aura de alcohol. No estaba borracho...llevaba bebiendo un año. El reloj marcaba las 11:77 y dentro del comedor todo seguía igual...sólo se escuchaba el murmullo apagado de un cocinero que trataba de convencer a la cajera de pasar esa noche con él. Fue entonces cuando se escucharon las campanas y la gente empezaba a salir a la calle. Se movió el mundo y las hojas comenzaron a caer de los árboles y se anunciaba el final de lo que en alguna época muy lejana se llamaba Otoño. Ahora era conocido como el Atardecer.
Se le había cambiado el nombre a las estaciones para borrar cualquier memoria del pasado.
La gente salía a las calles a celebrar lo que sería la última fiesta...de su vida. La gente (como se le llamaba a cualquier ciudadano del mundo) estaba todavía consiente de sus actos al destapar las botellas de ajenjo , pero al cabo de unos minutos la algarabía se convertía en un teatro de títeres dirigido por el maestro de las alucinaciones. Mientras, en la barra del comedor y las mesas aledañas, nada se movía. El aura de alcohol y el cigarro se consumía pero quedaba su olor por todo el lugar...al consumirse se vieron destinados a perderse... hasta que un aroma alcanzó a su opuesto dueño y causo un efecto irreversible en las almas de aquel par de extraños. Se sintieron vivos.

No hay comentarios: